La pandemia me enseñó que amar a las personas significa cuidarte a ti mismo para cuidarlos a ellos, pero también soy consciente de que el mundo no para, y es fácil olvidarnos desde el privilegio, de la población más vulnerable. Es fácil pensar en hacer home office, en encerrarse, pero en pueblos como el de Puga, el trabajo sigue, el ingenio sigue, sí, tal vez con “medidas necesarias”, pero el trabajo en el campo sigue y las posibilidades de las personas que viven afuera de cualquier ciudad en su mayoría son precarias.
Durante el periodo más grave de incertidumbre que se vivió en la pandemia, estos pueblos y comunidades indígenas se vieron abandonadas, la sociedad como siempre se olvidó de ellos.
Entiendo que parece un poco irresponsable tener posadas en la situación en la que vivimos, pero el peligro de contagio en estos lugares existe siempre, la diferencia es que nadie se acerca a verlo o vivirlo con ellos.